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Ansiedad social en NNA en la escuela

Una de las grandes consecuencias de la pandemia del COVID en niños, niñas y adolescentes, (NNA), es la ansiedad social. Durante dos años, en la edad en que el contacto social es fundamental para la salud mental, éste se vio limitado ante las posibilidades de contagios masivos que pusieron en riesgo incluso la vida.

Ansiedad social en el ámbito escolar: un desafío silencioso para estudiantes y educadores

“Tengo una presentación en la clase de inglés, me sudan las manos, a veces siento que mi corazón palpita fuertemente, tengo mucho miedo”.

“Mi grupo tendrá que bailar en el festival, no podré hacerlo, ¡qué vergüenza! Seguro me equivocaré en los pasos de baile”.

“No tengo amigos, no sé cómo acercarme a ellos, pienso que no sabré de qué hablar con ellos”.

Las afirmaciones anteriores han sido expresadas por adolescentes que experimentan ansiedad social; esto implica miedo a la evaluación negativa de las personas, lo que provoca una respuesta de evitación o someterse a una situación extremadamente incómoda cuando no es evitable, o bien se decide enfrentarla estando expuesto a las reacciones físicas, psicológicas y emocionales propias de un trastorno de ansiedad. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la Asociación Americana de Psiquiatría, la ansiedad social se define como el miedo o ansiedad intensa en una o más situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al posible escrutinio por parte de otras personas. Algunos ejemplos son las interacciones sociales (mantener una conversación, reunirse con personas extrañas), ser observado (comiendo o bebiendo) y actuar delante de otras personas, por ejemplo, dar una charla. El miedo o ansiedad generalmente es desproporcionado respecto al peligro real.

A nivel mundial, se estima que el 3,6% de los niños de 10 a 14 años y el 4,6% de los de 15 a 19 años experimentan un trastorno de ansiedad, según datos de la Organización Mundial de la Salud. La ansiedad social generalmente se manifiesta entre los 8 y los quince años. Las causas más comunes pueden ser genéticas, así como los modelos de afrontamiento aprendidos de sus padres o cuidadores y algunas experiencias o el contexto al que ha estado sometido el adolescente. La ansiedad social se presenta con un sentimiento de vergüenza; es muchas veces dejar de hacer aquello que desean por evitar la sensación o situación que anticipan puede ser vergonzosa. También con frecuencia se presenta inicialmente como una timidez aparentemente circunstancial, como el temor a hacer una pregunta en clase, por ello es frecuentemente desapercibida por docentes y padres. Especialmente para un adolescente, es demasiado agobiante, pues piensa que estará fuera de los grupos de amigos, asumiendo que los demás se dan cuenta de sus reacciones de ansiedad y teme mostrar algún comportamiento que resulte embarazoso.

Algunos de los síntomas pueden ser aceleración del ritmo cardíaco, molestias abdominales, sonrojarse, sudoración en las manos, tartamudeo, entre otros; en algunos casos, puede llegar hasta un ataque de pánico. Es importante que padres de familia y cuidadores estén alertas de las señales; en ocasiones, la ansiedad puede ser confundida por presentarse en formas de conductas inadecuadas, como parecer desafiante, desinteresado, con pobre desempeño académico y desinterés por asistir a la escuela. Lo que experimenta un adolescente con ansiedad social puede ser muy desagradable, especialmente en el ámbito escolar, donde las demandas propias respecto a su desempeño en diferentes áreas pueden ser agobiantes. Por ello, requiere de ayuda especializada y de un plan de tratamiento donde se involucren psicólogos escolares, padres, docentes y, en ocasiones, compañeros de clase que faciliten la integración social del estudiante y sus sensaciones de bienestar en la escuela. A continuación, algunas recomendaciones para el ámbito escolar:

1) Es esencial que los educadores estén alerta a las señales de ansiedad social, que a veces pueden confundirse con comportamientos desafiantes o desinterés. La sensibilización docente puede facilitar la identificación temprana y la intervención adecuada.

2) Fomentar un entorno escolar inclusivo y comprensivo es clave. Esto implica crear espacios donde los estudiantes se sientan seguros para expresar sus preocupaciones y donde la diversidad en la forma de interactuar sea respetada.

3) La colaboración entre padres, cuidadores y la escuela es fundamental. La comunicación abierta puede ayudar a identificar patrones de ansiedad y establecer estrategias de apoyo tanto en casa como en el aula.

4) Involucrar a compañeros de clase en el proceso puede ser beneficioso. Actividades que fomenten la empatía y la comprensión pueden contribuir a una mayor integración social y reducir el estigma asociado con la ansiedad social.

5) Cuando la ansiedad social afecta significativamente la vida escolar, la intervención de profesionales, como psicólogos escolares, puede ser crucial. Un enfoque colaborativo entre profesionales, padres y docentes puede diseñar planes de tratamiento efectivos.

6) Fomentar la autenticidad y la aceptación de uno mismo puede ayudar a reducir la presión social. La creación de un ambiente donde los errores son vistos como oportunidades de aprendizaje puede aliviar la ansiedad relacionada con el rendimiento.

 

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Norma A. Soto

“Sabemos que no existen las familias perfectas, pero sí las familias que trabajan para lograr una armonía”.

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